Y tú me lo preguntas... Una novela es un ecosistema de papel donde la persona que escribe decide quién vive, quién muere y quién se enamora un martes de octubre. Es un laboratorio donde experimentamos con la naturaleza humana sin quebrantar ninguna ley moral.
Imagínala como una casa que construimos ladrillo a ladrillo: cada capítulo es una habitación que debemos amueblar, cada diálogo una conversación que debemos mantener con fantasmas que cobran vida bajo nuestros dedos. A diferencia de una casa real, esta se edifica desde nuestra imaginación hacia el papel, y extrañamente, nunca sabemos si la estamos construyendo o si ella nos está construyendo a nosotros.
Flannery O'Connor lo expresó así: «Escribo para descubrir lo que sé». La novela es esa conversación con nosotros mismos donde las preguntas surgen disfrazadas de personajes y las respuestas aparecen en boca de desconocidos que nosotros mismos hemos creado.
Escribir una novela es también domesticar el tiempo. Podemos pasar semanas describiendo un beso de cinco segundos o resumir una década en una sola frase. Somos arquitectos de mundos donde nuestros personajes nos obedecen... hasta que un día se rebelan y empiezan a tomar decisiones que jamás planeamos.
Como reflexionaba Virginia Woolf: «La mente del hombre trabaja con extraña irregularidad. Puede concentrarse intensamente durante horas, y luego dispersarse por completo». Escribir una novela es mapear esa irregularidad, es convertir el caos mental en arquitectura narrativa.
Si me permites una metáfora más salvaje: escribir una novela es como tener una obsesión productiva. Los síntomas incluyen hablar a solas, llorar por gente que no existe, y la extraña manía de observar a los desconocidos imaginando sus historias secretas. Es una fiebre creativa que solo se cura escribiendo otra novela.
Para el escritor, la novela es un pacto con lo desconocido: empezamos con una idea, pero terminamos siendo rehenes de nuestros propios personajes. Ursula K. Le Guin lo sabía bien cuando escribió: «Los personajes de ficción son personas reales en un mundo imaginario». Es el único trabajo donde podemos decir que discutimos regularmente con gente que no existe y que, inexplicablemente, a veces ganan ellos.
Escribir una novela es descubrir que tenemos conversaciones pendientes con versiones de nosotros mismos que no conocíamos, que hay mundos enteros esperando en los rincones de nuestra mente.
Si entiendes esto, deberías empezar a escribir la tuya.